Seraphina me mantuvo pegada a sus páginas, por lo que esperaba lo mismo de Escamas  y, aunque me ha gustado bastante, hay ciertos detalles que han hecho que se quede un poco por debajo de su antecesora.

En esta segunda entrega, Rachel Hartman desarrolla el tema de los grotescos y de los semidragones, dándonos mucha más información. Esto me ha parecido un aspecto muy positivo ya que nos metemos más de lleno en el mundo que ha creado la autora. Asimismo, la protagonista tendrá que salir de Goredd, por lo que nos perderemos en las innumerables descripciones de los diferentes sitios, disfrutando de lugares como Porphyria.

La historia avanza muy lentamente, llegando a resultar algo densa y aburrida en algunas partes. Esto ha hecho que me costara avanzar mucho más y, por lo tanto, que me fuera más fácil cerrar el libro para hacer una pausa en la lectura.


Nos encontramos, de nuevo, frente a una trama vivaz y astuta, en la que los detalles son importantes para el desarrollo de la historia.

Uno de los puntos negativos de este libro es el tema de los personajes. Es cierto que nos presentan a muchos y que desarrollan a otros que pasaron algo inadvertidos en el primer libro, pero Rachel ha dejado en un segundo plano a personajes tan carismáticos como Lucian Kiggs, Orma o Glisselda. Esto ha hecho que no llegara a disfrutar tanto de la novela pues no hacía más que echarles en falta.

Seraphina evoluciona a pasos agigantados. Ya no es la misma chica que conocimos en el anterior tomo. Ahora es más decidida y cree en ella mucho más que antes, lo que hace que crezca como persona.

Abdo me ha robado el corazón, pues es la viva imagen de la ternura y la valentía. Escamas nos permite conocerle más a fondo, disfrutar de su compañía, de su alegría y, también de sus penas. Se ha convertido, junto a Lucian, en uno de mis personajes favoritos de la bilogía.

El romance sigue en un segundo plano, lo que se agradece ya que la trama no gira en torno a eso. Además, Rachel nos muestra un tipo distinto de amor, uno más real, menos egoísta y mucho más sincero. Eso sí, he echado de menos el coqueteo constante entre ambos.

La autora utiliza una prosa cercana impregnada de un tono juvenil e ingenuo para desarrollar una historia exquisita. Asimismo, Rachel nos muestra, con esta novela, que no hay nada blanco o negro, pues hasta los malos más malvados, tienen sus razones para actuar de esa manera.

Prácticamente al final de la novela aparece un personaje salido de la nada y que surge para solucionar las cosas. Me ha dado la sensación de que la autora no sabía muy bien cómo acabar y decidió incluir ese giro de trama no demasiado convincente.

El final es cerrado, pero también bastante inesperado porque no sabes muy bien cómo se va a solucionar todo. Eso sí, deja una ventana abierta para que seamos los propios lectores los que nos imaginemos qué ocurre con cierto personaje.