Si no has leído nada de Camp Half-Blood, te recomiendo que te pases por el índice, ahí encontrarás todo lo que precede a este relato. Además, os recomiendo que os paséis por el índice ya que a partir de ahora la historia de Daphne Miller (personaje de Gema), se juntará con la de Elizabeth Knight, por lo que iremos alternando los capítulos en ambos blogs (en el índice lo tendréis todo ordenado desde el momento en el que ambos personajes se juntan, pero os recomiendo que leáis los relatos anteriores de Daphne para conocerla mejor). "Os robaremos la victoria, ¡¡y la cartera!!"
Mientras se ponían las protecciones y cogían las armas
necesarias para la Captura, Alec, el capitán de Atenea empezó a hablar.
–Como ya habéis podido ver, pelearemos contra el equipo rojo
compuesto por Ares, Hefesto, Afrodita, Dionisio, Poseidón y Hades. Pero
contamos con la cabaña de Zeus como aliada y repetimos con Deméter, Hermes y
Apolo.
Todos vitorearon con fuerza cuando nombraron sus cabañas.
–Sé que somos una cabaña menos, pero contamos con las
habilidades suficientes para vencer otra vez a Ares y arrebatarles la bandera
en sus narices –acto seguido compartió con nosotros lo que había planeado.
La estrategia era sencilla: Jenna, hija de Zeus, y Caleb,
hijo de diosa de la sabiduría protegerían la bandera, la cual se encontraba en
la parte norte del bosque. Varios hijos de Deméter junto con algunos de Apolo
se encargarían de mantener alejados de esa zona a los contrincantes, mientras
que los demás se distribuirían para encontrar la bandera de Ares. Entre las
personas encargadas de capturar la bandera se encontraban Daphne, Liz y Kara,
todas ellas hijas de Hermes, junto con Alec, Pólux y Anneta, hijos de Atenea.
A las seis en punto dio comienzo el juego de la bandera, por
lo que ambos equipos se dispersaron. Las banderas ya estaban escondidas y
protegidas. Ahora les tocaba luchar por hacerse con ellas.
El equipo azul, liderado por Atenea, avanzó hacia la parte
suroeste del bosque, siguiendo el curso del río. Con Poseidón como aliado,
estaban seguros de que los hijos Ares habían elegido una ubicación cercana al
río para colocar la bandera. A medida que avanzaban iban dejando gente atrás
que se quedaba luchando para que los demás buscaran el objetivo.
Cuando no llevaban mucho tiempo recorriendo el bosque, Liz
se detuvo. Se acercaban cuatro hijos de Ares. La bandera está a tan sólo unos
metros, custodiada por dos hijos de Poseidón. ¡Qué fácil había sido encontrarles! La capitana de Hermes agarró
con fuerza la espada y sonrió. La adrenalina corría por sus venas. A su espalda
tenía a Daphne y a Kara, quienes sonreían también con la misma picardía. El
resto de campistas luchaban desenfrenadamente, bastante lejos de donde se
encontraban ellos. Eran ellas contra ellos. Casi como si fueran un solo ser,
las chicas se lanzaron a la vez contra los hijos del dios de la guerra. Contaban
con que creyeran que ellas, hijas del dios de los ladrones, fueran las encargadas
de coger la bandera para que bajaran la guardia. Así no verían acercase ni a
Alec, ni a Anneta. Tampoco verían a Pólux, que se mantenía oculto entre los
árboles por si alguno de sus dos compañeros fallaba.
Liz fintó hacia la derecha. Cuando su adversario levantó la
espada para defenderse, cambió la trayectoria y atacó de arriba abajo
describiendo un arco pronunciado. La hoja de su espada chocó con fuerza contra
las protecciones. A pocos metros de distancia, Daphne luchaba con la misma dureza.
–¡Chica lista! –el hijo de Ares sonrió con malicia–, pero no
lo suficiente.
Elizabeth abrió mucho los ojos y se agachó en el momento
exacto en el que el cuarto chico de la Cabaña de Ares le lanzaba una estocada
de derecha a izquierda. Le arrebataron el casco con rabia mientras trataba de
incorporase. Liz arremetió con el escudo, golpeándole la barbilla al chico de
pelo castaño que tenía delante.
–¡Hija de…! –gritó enfurecido.
–Hermes –terminó, divertida, la frase.
Kara noqueó a su contrincante y corrió hacia su capitana
para luchar contra uno de los dos chicos que la habían acorralado. Daphne seguía
luchando contra otro hijo de Ares cuando Alec y Anneta aparecieron de la nada,
como dos fantasmas dispuestos a derrotar a los guardianes y hacerse con la
bandera.
Liz estaba a punto de volver a atacar cuando algo invadió su
cabeza. Gimió ante la sorpresa. Eran imágenes que no le pertenecían. Se quedó
clavada en el sitio, con la mirada perdida y gesto de extrañeza. ¿Un mensaje de
su padre?
Viento. Las hojas
crujían bajo la apresurada carrera de alguien. Jadeos. Alguien soltó una
carcajada que se quedó retenida en el aire. Miedo, mucho miedo. Había tanto
miedo que se podía palpar en el ambiente. Más jadeos. Y gruñidos. Las ramas de
los árboles entorpecían su carrera. Estaba cerca. Pero no lo suficiente. Un
chillido ensordecedor rasgó el cielo. Y unas voces. Le susurraban al oído. O
quizás las escuchaba en su cabeza. No tenía tiempo para pensar. Algunas voces
de su cabeza lo alentaban. Otras le jaleaban para que se detuviera, para que abrazara
su destino, su oscuridad. Y cuando su consciencia se desvaneciera, se harían
dueños de él. ¡No! No si conseguía entrar. O eso es lo esperaba.
¿Qué le estaba
pasando? Miedo. Sentía tal miedo que notaba el corazón agarrotado. Jadeos.
Jadeos de quien corre tan rápido que deja su aliento atrás. Intentaba respirar.
¡¡Ayuda!! Pero no salió nada de su boca. Ojalá pudiera gritar. Pero si lo hacía,
se quedaría sin aire. Perdería. Moriría…
Alguien golpeó a Elizabeth en la cabeza con el mango de la
espada, aprovechando que no tenía el casco y le abrió una brecha en la cabeza.
El torrente de imágenes se interrumpió y Liz volvió a la realidad de sopetón.
Empuñó con fuerza la espada y atacó al hijo de Ares que la había golpeado.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Daphne devolviéndole la estocada
a su rival. El gemido de su capitana había captado su atención y la había
encontrado paralizada, estupefacta.
–No-no lo sé. Creo que hay un mestizo intentando llegar al
campamento.
–¿Estás segura? –esta vez fue Kara quien hizo la pregunta.
Unas uñas rascaban la
tierra cada vez que la bestia daba una zancada. Era el sonido de la muerte
persiguiéndole. La distancia era cada vez menor. Estaba perdido. No llegaría a
tiempo. Moriría…
–¡¡¡SOCORRO!!! –se
atrevió a gritar, aún a sabiendas que le faltaba el aire– ¡¡¡SOCORRO!!! –volvió
a berrear, esta vez con mucha más fuerza que antes.
El primer alarido sólo sonó en la cabeza de Liz, pero el
siguiente penetró en el campamento, llegando al bosque como un murmullo lo
suficientemente audible como para escucharlo por encima del sonido del acero.
–Ahora sí que estoy segura. No llegará si no lo ayudamos. ¡¡Hay
que salvarlo!!
Liz echó a correr hacia la entrada del campamento. En
momentos como esos echaba de menos sus zapatillas aladas. Daphne abandonó la
contienda y la siguió sin pensárselo. Algunos campistas más siguieron su
ejemplo.
En menos tiempo de lo esperado llegaron a la frontera y la
cruzaron. Había un chico con múltiples heridas que avanzaba ya casi a cuatro
patas. Detrás de él, a muy pocos metros de distancia le perseguía un perro
enorme de color negro. Tenía sus amenazantes ojos rojos clavados en el muchacho.
De sus fauces escurría una mezcla de babas y espuma y su cuerpo, aunque en
apariencia era algo esquelético, poseía una gran fuerza y velocidad. Pero lo
peor de todo no era su terrorífico aspecto, sino el olor a muerte que
desprendía el monstruo.
–Un sabueso del Infierno –Liz notó cómo se le erizaban los
pelos de la nuca.
1 comentarios
Uy, me pregunto cómo seguirá (?) jajaja
ResponderEliminarLa verdad es que ya te dije que me gusta mucho, y la frase de "hija de hermes" me ha encantado. Espero sin duda el próximo capítulo.
¡Ah, espera, que lo escribo yo! (?)
Ya paro jajaja
¡Un besín!
¡Anímate y comparte con todos nosotros tu opinión! Pero recuerda que los mensajes ofensivos, los comentarios pidiendo links de descargas ilegales o cualquier tipo de publicidad que no aporte nada serán eliminados.