Si no has leído nada de Camp Half-Blood, te recomiendo que te pases por el índice, ahí encontrarás todo lo que precede a este relato. Además, os recomiendo que os paséis por el índice ya que a partir de ahora la historia de Daphne Miller (personaje de Gema), se juntará con la de Elizabeth Knight, por lo que iremos alternando los capítulos en ambos blogs (en el índice lo tendréis todo ordenado desde el momento en el que ambos personajes se juntan, pero os recomiendo que leáis los relatos anteriores de Daphne para conocerla mejor). "Os robaremos la victoria, ¡¡y la cartera!!"
Después de cenar, Elizabeth se fue a vestir para la fiesta
mientras todo iba tomando forma junto a las cabañas. Se puso un vestido negro
de tirantes con la falda de tul, lo que hacía que pareciera una muñequita. En
los pies había elegido unas simples manoletinas negras. Después se recogió el
pelo en una trenza de raíz.
Cuando salió de la cabaña se dio cuenta de que lo que iba a
ser una fiesta solamente entre los hijos de Hermes, se había convertido en una
fiesta de todos los campistas para celebrar la victoria contra el Perro del
Infierno.
–¿De dónde habéis sacado el alcohol? –preguntó Liz a los dos
chicos encargados de la fiestas.
Ambos se encogieron de hombros.
–Creímos que la batalla contra el bicharraco infernal ese
bien merecía unas buenas dosis de alcohol –dijo uno de ellos.
Elizabeth puso los ojos en blanco y se rio. Sería una buena
manera de olvidar, por un rato, lo que se les venía encima. Un Sabueso del
Infierno era un tema muy serio… Se giró y se encontró con Daphne de frente.
Llevaba un pantalón corto color burdeos y una blusa beige. Se había recogido su
larga melena en un bonito moño.
–Woow –dijo mirando a su amiga–. Sencilla, pero guapísima.
–Entonces mejor no hablo de ti. Hoy le conquistas.
Su cara pasó de pálida a colorada en cinco segundos.
–¿No crees que se te ha ido de las manos el tema de la
fiesta? –inquirió Daphne agitando el vaso que llevaba y señalando con la otra
mano a su alrededor.
Una chica de Hermes terminó de colocar unos altavoces y le
dio al play. La música invadió todo el lugar haciendo que los campistas
aplaudieran emocionados.
–En absoluto –la capitana le dio un trago a su bebida y
empezó a mover la cadera al ritmo de la música–. Es perfecta. Seguro que en la
universidad no tenías fiestas como estas –le sacó la lengua–. Y ahora, si me
disculpas, voy a buscar a cierta persona.
Se bebió de un trago lo que quedaba de bebida, le robó el
vaso a un sátiro que pasaba a su lado y sin esperar respuesta alguna se internó
entre la multitud. La risotada de su amiga le llegó amortiguada por la música.
–¿Vosotros habéis montado todo esto? –le preguntó Dorian
cuando se encontraron.
Llevaba una camiseta blanca y una camisa azul de cuadros por
encima desabrochada. Había elegido combinarlo con unos vaqueros oscuros y unas
zapatillas blancas.
–¡Ajá! Una fiesta de bienvenida para Daphne que se ha
desmadrado y se ha convertido en una fiesta post-sabueso infernal.
–Me dijeron que fuiste tú la que dio la voz de alarma,
¿cómo?
Ella se encogió de hombros. No tenía respuesta para eso. La
sensación de malestar que había sentido esa mañana se había disipado tras lo
del ataque. Y la visión del chico era todavía más extraño. Dorian se dio cuenta
de la incomodidad de la chica, por lo que, sin previo aviso, cogió el vaso de
la pelirroja y lo dejó, junto al suyo, en el suelo. Le tendió la mano.
–Vamos a celebrar nuestra victoria, pues.
Sus manos se tocaron y Liz notó como corría la electricidad
por sus dedos. Cuanto más tiempo pasaba con Dorian, más claro tenía lo que
sentía por él.
–¿Sabes bailar?
–¿Bailar? –balbuceó ella.
–Baile de salón –Liz negó con la cabeza–. No importa, tú
sólo sígueme. Yo te guio. Y si no sabes cómo mover los pies fíjate en los míos.
A ritmo de Vivir mi
vida de Marc Anthony comenzaron a bailar el uno junto al otro. A pesar de
que Elizabeth nunca había bailado nada parecido, se movían como si llevaran una
vida entera practicando. Sus cuerpos encajaban a la perfección como dos piezas
de un puzle. La pelirroja quiso preguntarle cómo había aprendido a bailar así,
pero no quería romper el hechizo, así que se dejó embriagar por su colonia y
por sus movimientos. Por suerte para ella, los demás estaban demasiado ocupados
como para fijarse en ellos. Durante unos instantes sólo estaban ellos dos: no
existían los monstruos. No existían los mestizos, ni los dioses. No había
muertes, ni tragedias. No había nada más. Y se sintió libre, feliz.
2 comentarios
La verdad es que ya sabes que me encanta, pero yo no puedo no venir y decirte lo mucho que me encanta jajaja
ResponderEliminarSobre todo el baile entre Dorian y Liz me parece precioso, sin duda alguna. Sentirse por una vez libre, a pesar de todo lo que se les viene encima... les va a venir bien ;)
¡Un besín!
Geniaal <3
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